Llegó la noche del viernes y yo iba de camino a la exquisita fiesta techno del mes que cambió mi vida sexual.
Nos encontraríamos allá en el local con mi grupo de amigos y cada uno con su mejor outfit para robar la atención de los demás. Recorrimos el recinto de luces rojas y de rica oscuridad para familiarizarnos y decidir puntos de encuentro en caso de que alguien se pierda. Fui al baño y en el camino me encontré frente a un acceso cubierto con plástico negro y un cartel que decía: “Zona XXX”. No iba a quedarme con la curiosidad y entré a observar su interior. La fiesta recién comenzaba y aún faltaba más tiempo para que el ambiente se calentara, pero no para el personaje que estaba sentado sobre el sex swing esperando a que alguien se acercara a tomarle atención. Llevaba una máscara roja de perro tipo pitbull, un collar de cuero con argollas y una placa metálica con la forma de un hueso y con el nombre “Clifford”. Su cuerpo lo envolvía en un arnés leather hasta su pecho. Sus manos cruzadas también las acompañaba con muñequeras de cuero del mismísimo apasionado color. Su posición de espera a lo perrito lograba resaltar por su culito un plug de colita de perro que movía al ritmo de la música. Se encontraba solo y rodeado por cadenas, un neumático de camión y sillones acolchados para una mejor comodidad. El tipo hizo contacto visual conmigo y salí de la zona cruising sonrojado y un tanto excitado. La noche avanzaba y cada cierto rato me asomaba a la zona cruising para ver a Clifford gozando del cariño de los curiosos que lo rodeaban mientras se estimulaban el pene. Estuvo toda la noche a lo perrito sobre el columpio recibiendo nalgadas y cariños bajo el cuello, mientras que él sacaba su lengua muy satisfecha con el trato.
Fue la quinta vez en la noche que entraba a la zona rechazando propuestas de desconocidos. Mis ojos y mi deseo se desviaban a Clifford. Sutilmente entre la oscuridad y los reflejos de luces rojas me acerqué hacia él. Cuando se dio cuenta de mi presencia, alejó al chico que le estaba dando duro y se abrió de piernas para mí. Respiraba con la boca abierta y la lengua afuera, su cuerpo lo tenía completamente sudado y bañado en semen, con sus dedos estimulaba su ano y al tenerlo frente a mí me provocó una dureza inmediata entre mis piernas. Estábamos entregados el uno con el otro. Me bajé el buzo y abrí un condón. Su ano ya estaba más que húmedo y al penetrarlo fue una exquisites de placer para los dos. Con sus ojos rojos y una sonrisa que se apreciaba muy poco por la máscara, demostraba que me estaba esperando y yo a él. Y sus palabras lo confirmaron. “Pensé que no te atreverías”, me dijo al oído. “Pensé que mordías”, dije nervioso esa tontera y le saqué una sonrisa. “Si quieres lo hago”, presionó su cuerpo junto al mío. No solo seguía deseándolo físicamente aun cuando ya era de mi dominio, deseaba con locura entrar en su cabeza y ser yo quien tomara su lugar de puppy sumiso entregado a los amos calientes dispuestos a darme el cariño que merezco. ¿Será que tengo que abrir estas nuevas puertas y encontrar al cachorro que me ayude a encontrar los nuevos placeres? Quería ser él. Quería ser yo. Hay una excéntrica curiosidad por descubrir mi sexualidad y lo mejor de todo esto, es que no hay edad para comenzar. Nunca es tarde para experimentar, nunca es tarde para avanzar y nunca es tarde para crecer. Y que mejor que siendo un bello perrito obediente dispuesto a ser tu mejor amigo y calentar tus noches frías mientras te muevo la colita de felicidad. Aquí todos salimos ganando.
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