Allí estaba él, dejando el dinero en el mueble junto a la lámpara mientras se abotonaba la camisa y escondía su pecho velludo. Mientras tanto, yo quedé esposado en la acolchonada cruz de San Andrés, esperando al siguiente cliente.
Ese motel se convirtió en mi nuevo hogar. El recepcionista se convirtió en mi mejor amigo y el dueño en un fiel socio. Ambos conocían mi situación y me brindaron la oportunidad de promocionar mi trabajo. Me sentía seguro y eso me mantenía tranquilo. Todos dejaban el dinero en el mismo lugar, sin que yo se lo pidiera, simplemente surgía de ellos.
El penúltimo cliente fue completamente descortés al dejarme amarrado, ya que el siguiente llegaría en una hora y él salió de la habitación sin preocuparse de cerrar la puerta. Justo antes de que la puerta llegara a cerrarse, una mano la detuvo y la volvió a abrir. Con la mirada baja, alcancé a ver de reojo cómo alguien se acercaba a la cama y dejaba un bolso negro en ella. Vestía zapatos lustrados, pantalón de tela ajustado y una camisa blanca desabotonada. Sus ojos oscuros reflejaban una seguridad que ni yo podía dominar y su sutil sonrisa rodeada por su barba me atrapó más rápido que las esposas. Se acercó y acarició mi mejilla, descendió suavemente su mano por mi cuello y se detuvo en el centro de mi pecho. Tomó las llaves del mueble y me liberó de las esposas. Me dejó apoyado en la cruz y sujetó firmemente mis brazos. Sus ojos no se despegaban de los míos y, en un abrir y cerrar de ojos, me volteó y volvió a atar a la cruz, levantando mis brazos. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo y desaparecieron hasta llegar a mi cintura. Escuché el sonido del bolso al abrirse y el tintineo de unas cadenas. Con delicadeza, agarró mi cuello y me colocó un collar sujeto a unas cadenas, las cuales tiró hacia atrás mientras me sostenía firme por la espalda, llevándome a la cama y haciéndome sentar. Se desnudó sin apartar la mirada de mí y con una erección que tanto deseaba probar, acercó su cuerpo velludo y macizo para calentar el frío que el sujeto anterior había dejado. El sexo comenzó exquisito y en todo momento sujetaba las cadenas de mi cuello, tirando de ellas para sentirlo más adentro. Me tenía en la posición de perrito cuando, tirando del cuello, esperó unos segundos evitando eyacular. Mi señor quería más. Me quitó el collar y sacó unas esposas similares. Tomó otras cadenas y las enganchó en mi cuello y las esposas. Me tenía sometido a su voluntad y eso era lo que me volvía loco. Estaba absorto en su mundo sadomasoquista, algo que ningún cliente había querido probar conmigo. Todos hacían lo mismo y se iban antes de que pasara una hora. Pero el último cliente que entró a la habitación me dejó exhausto cuando terminamos. Por más golpes que me daba en la cara cada vez que hablaba en voz baja o lo trataba de “usted”, lo recibía con tanta satisfacción que en muchas ocasiones lo repetía a propósito. Me tenía enloquecido. Me dejó atrapado.
Yo fumaba un cigarrillo desnudo sobre la cama mientras él se vestía para volver a su vida cotidiana. Trato de evitar entablar muchas conversaciones privadas con mis clientes a menos que ellos las inicien por sí solos. No me gusta presionar a nadie. Deseaba volver a verlo y sentir ese dominio que anhelaba tener a mi lado cada día. Me entregó el dinero en mis manos y me dio un beso en la mejilla antes de salir de la habitación. Suspiré ante tanto respeto, después de tantas faltas intencionales. Estaba listo para regresar a casa cuando llamaron a la puerta de la habitación. Era otro chico con una expresión confundida preguntando por mí. Era el cliente que llegaría una hora después. No entendía lo que estaba sucediendo. Pensé que el último cliente había sido el dominante. Yo organizo los encuentros por teléfono. Tuve que posponer la cita para otro día y él lo entendió sin problemas, ya que de todas formas llegaba tarde. Me despedí de mi amigo y me puse los auriculares mientras me acercaba a la salida por un largo pasillo decorado con pinturas renacentistas y espejos de distintos tamaños y formas. Aún quedaba luz solar en las calles y me sentía contento por el excelente día que había tenido en mi trabajo. Miré a mi izquierda como de costumbre y cuando volteé a la derecha, allí estaba él. El hombre que no solo me dominó físicamente, sino que también logró cautivar mi corazón en tan solo una hora de nuestro tiempo juntos. Apoyado en su coche, miraba su celular y fumaba un cigarrillo. Cuando me vio parado en la acera, guardó su teléfono y sonrió, colocando sus manos en los bolsillos. Me sorprendió saber que también había sentido esa conexión conmigo. Me sentía listo para comenzar un nuevo mundo en el que pudieran dominarme.
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