Esperaba a un chico en la barra del bar, degustando un tequila blue mientras observaba a los dos bármanes preparar tragos. A mi lado, una chica revisaba su celular, también esperando a alguien.
Al terminar mi segundo tequila, la chica, de cabello castaño y liso, ojos claros, jeans oscuros y chaqueta de cuero ajustada, recibió una llamada. La curiosidad me llevó a escuchar parte de la conversación: su cita también se retrasaba, al igual que la mía. Molesta, colgó y pidió un negroni, el trago más fuerte de la carta. “Al diablo con los hombres, sin ofender”, dijo al recibir su bebida. “Tranquila, mi cita tampoco ha llegado”, le respondí. Me preguntó si esperaba a una mujer o a un hombre, y al decirle que era un hombre, repitió el brindis con más entusiasmo.
Mientras bebíamos, recibí un mensaje: “Lo siento, pero no iré esta noche. Tuve un problema”. Me habían dejado plantado. Montserrat, así se llamaba la chica, amablemente me invitó a otro trago. Brindamos nuevamente, y en ese momento, un chico muy guapo se acercó y le dio un beso en la boca. Era su novio, Arturo. Pensé que se molestaría al verme con su novia, pero, para mi sorpresa, fue muy amable y comprensivo con mi situación.
Montserrat fue al baño, y mientras tanto, Arturo y yo entablamos una conversación. “Es una pena que no valoren a los chicos guapos como tú y, además, simpático”, me dijo. Me sentí un poco cohibido por el cumplido de un hombre tan atractivo, sobre todo por ser la primera vez que un heterosexual me piropeaba de esa manera.
Cuando Montserrat regresó, Arturo propuso continuar la reunión en su departamento en Santiago Centro, y a Montserrat le encantó la idea. Durante el viaje en Uber, se miraban con excitación, y aunque intuía sus planes, no me incomodaba. La vida es experimental, y a veces hay que aceptar propuestas que nos produzcan sensaciones intensas ante el contacto físico.
Vivían en el piso quince, y desde el cómodo sillón, disfrutamos de una hermosa vista de la capital mientras Arturo abría una botella de espumante Rosé y Montserrat preparaba las copas junto con snacks. Brindamos nuevamente y comenzamos a conversar sobre nuestras vidas y experiencias personales.
Arturo se entusiasmó y nos mostró una caja con juguetes sexuales: muñequeras, cadenas, cuerdas, cockrings y otros accesorios que despertaron mi curiosidad. Acepté probar un cockring, pero me encontré con un problema al colocarlo. Arturo me explicó cómo hacerlo y, para mi sorpresa, se ofreció a ayudarme personalmente, No sabía cómo colocarlo y en el intento me apreté el miembro. Arturo se acercó al baño y con una sonrisa metió su mano dentro de mi pantalón. “Yo lo hago así. Coloco primero los testículos y después el tronco entero, creo que es más fácil”. Fue inevitable no excitarme de inmediato al sentir su mano entibiada entre mis piernas. Montserrat, desde el salón, nos observaba mientras acariciaba suavemente su pezón de bajo de su polera.
Arturo me amasaba el miembro y lo presionaba sintiendo su grosor. No sabía en que lío me había metido, pero me gustaba tanto disfrutar del morbo y estar involucrado en una aventura heterosexual junto a una voyerista amante del cuerpo masculino. Montserrat nos envió a la cama mientras escogía un juguete de la caja misteriosa, Tomó un dildo tipo alienigena con escamas de dragón y colores grises con reflejos tornasoles, junto con un lubricante de consistencia cremosa que no daña los juguetes sexuales y con un nombre muy llamativo. Pjur Toy Lube, suena hasta bonito y tentador usarlo. Unas cuantas gotas fueron suficientes para prolongase hasta el amanecer, y no me negué a probar cosas nuevas de esa misteriosa caja. Ellos fueron comprensivos y se aseguraron de que estuviera cómodo en todo momento. Los juguetes quedaron humedecidos y el lubricante se agotó debido a la intensidad de la experiencia. Ojalá pudiera volver a verlos.
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