El metro llegaba a U. Católica y en el reflejo de la ventana me di cuenta de que traía el cierre abajo. Regresaba a casa luego de follar con un chico muy guapo al que conocí por Instagram, pero por una distracción que tuve en el acto, no pude acabar. Tenía sed y la calentura estaba regresando a mi cuerpo.
Me bajé del metro y salí a un costado del GAM junto con los vendedores de sándwiches vegetarianos, chocolates y queques mágicos ofreciéndome un buen viaje con una sola mordida. Por un momento me sentí como Blancanieves mordiendo la manzana y echándose en las camas de los enanos muy high hablando con los animales. En fin, mi boca estaba seca y el único kiosco que debería estar abierto al paso está abandonado. Miré hacia un lado y vi un local con papas fritas, chocolates, galletas y por suerte, bebidas. “Punto dulce” se llama el lugar y un poco vergonzoso ingresé por mi botella.
—¡Hola! ¿Qué tal? —me saludó un chico con una sonrisa.
—Hola, con un poco de sed, ¿y tú?
—Esperando a salir del turno. Aún me quedan tres horas.
—Paciencia entonces.
—¿Qué quieres beber? —indicó las opciones de sabores estirando su mano frente al mostrador.
—Emm…
Mientras pensaba el sabor que deseaba probar, entró un chico al local mirando para todos lados como si lo estuviesen siguiendo.
—Hola —le dice al vendedor—, ¿para una cabina?
—La puerta de al lado —señaló con su dedo a un costado del mueble de comida, una puerta de madera muy común y no llamativa.
El chico entró hacia un pasillo sacando su billetera y desapareció al cerrarse la puerta. AL final decidí una bebida transparente y estaba por irme del local, pero quedé con la duda sobre “la cabina” que pidió el tipo. No era una actitud como de una llamada. Le pregunté qué clase de cabina hay aquí y él me respondió que son cabinas de encuentros. Chateo con otros usuarios que estén dentro del ciber y puedo unirme a ellos a tan solo un click de distancia. Interesante lugar al que había entrado y no lo conocía.
—Me da curiosidad.
—Te invito a pasar.
Entré por la puerta y avancé unos pasos hasta una caseta. Me recibió otro chico y me entregó la llave de la cabina N°32. Solo me dijeron que la pasara bien. Con la mano un tanto sudada y mirando las llaves como si nunca hubiese tenido una, me dirigí hacia mi lugar asignado.
Las primeras puertas estaban cerradas, pero después de la cuarta cabina unos ojos se asomaban entre el marco y la puerta. Acechando quien sería la próxima tentación a la que le succionaría toda su timidez. Con su índice me indicó el interior de su cabina, pero lo poco y nada que se veía, no era de mi agrado pasar con él mi primera vez en aquel lugar. Lo ignoré sin voltear para no darle ni una sola esperanza. La puerta siete también se asomaban unos ojos junto con la lamida de labios seductoras. En la puerta diez estaba el chico que había entrado antes que yo, arrodillado y chupándole el pico a otro tipo que mantenía su cabina media abierta para los que estábamos ingresando. Un poco perdido, me di cuenta de que el pasillo solamente llegaba hasta la cabina N°18. Por distraído pasé a un lado de otro pasillo que unía el baño y una escalera que descendía a otro pasillo subterráneo. Ahí las cosas se ponían aún más estimulantes. Gemidos se oían de algunas cabinas cerradas. Otros mantenían la puerta abierta masturbándose con el precum goteando. Ya otros tipos salían de sus puestos subiéndose el cierre del pantalón y limpiándose la barba por la leche salpicada. Sonreían al pasar por mi lado. Cabina N°32. Volví a mirar la llave y me di cuenta de que era la última puerta a la derecha. Un par de pasos y estaba en mi metro cuadrado. Un chico de la cabina N°29 me observó desde que bajé por las escaleras y esperó alguna reacción mía al pasar por su lado, pero mis nervios ignoraron a todo el mundo. No sé por qué a veces me arriesgo a situaciones que me pondrán con los nervios de punta y la ansiedad subiendo más rápido que una fiebre… pero es que son estas las experiencias que nos ayudan a crecer y saber que nos gusta o disgusta. Cerré la puerta y me senté a suspirar el aire que aguanté desde que iba por la puerta veinticinco. La pantalla de inicio del computador mostraba el cronómetro desde mi llegada. Tres minutos y cuarenta y siete segundos. Mínimo 30 minutos, decía un pequeño papelito pegado en el borde de la pantalla. Observaba las paredes de azulejos en blanco, negro y un color gris parecido a una piedra magnesita. En el techo una pequeña ventilación giraba en una esquina, y por ambos costados de la cabina a la altura de la silla, se encontraban dos perforaciones cuadradas con pestillos que podía abrir y tener contacto directo con el desconocido de al lado. Tomé el mouse y le di click al chat que se parecía al Messenger del 2008 e inmediatamente me llegó un mensaje.
—Hola 32. ¿Cómo estás? —era el chico de la cabina 29.
—Hola. Bien, bien, ¿y tú? —mentira, estaba nervioso.
—Aquí, esperando… Estás guapo…
—Gracias. Tú también lo estás.
—Gracias. ¿Te gustaría venir?
Me demoré un par de segundos en responder, pues no sabía si aceptar su invitación o comenzar una charla hot para calentar motores.
—¿Entonces? —me volvió a escribir.
Ya estaba ahí en el lugar. Entré por un motivo y era la mismísima experiencia. Un chat caliente lo puedo tener acostado desde mi casa, o desde el baño del mall y con más de uno a la vez, pero ahí estaba en un chat más directo. Instantáneo. Tenía la previa y la acción a un par de pasos.
—Voy —le respondí.
Troné mis manos y salí volviendo a cerrar la cabina para detenerme frente a la puerta 29 que estaba medio abierta. Se asomaron unos dedos y terminaron por abrir la puerta completa.
—Pasa —me dice el chico del otro lado.
Guapo con barba, ojos brillosos de pantano y labios carnosos que probé al instante que cerró la puerta. Me apegó contra la pared agarrándome de la cintura y metió su lengua a mi boca muy desquiciado. Ardiendo en su propia calentura que traspasó inmediatamente a mi cuerpo. Comencé a tocar su cuerpo levantando la polera y cuando mis manos pasaron por encima de sus glúteos, me detuvo sujetando mi muñeca. Con una sonrisa movió mi mano hacia el centro de su culo e introdujo mis dedos en su ano. Húmedo igual que sus labios ya había recibido una follada antes de mi llegada, pero eso no me importó ya que su textura interior se sentía exquisita con una moqueada tibia que mantenía lista para batir. Metí el índice y el dedo del medio hasta el tope de mi mano, manteniéndole una presión fuerte y sacándole un gemido excitante. Me quitó la polera y yo la suya. De golpe se apegó a mi cuello, provocándome un escalofrío en todo el cuerpo, descendía lentamente lamiendo mis pezones hasta chuparlos como una paleta. Seguía descendiendo hasta toparse con mi pantalón, me miró aún con su sonrisa encantadora, desabrochó el botón y bajó el cierre. Como si estuviese oliendo unas flores, tomó el aroma corporal de mis vellos de la zona pélvica. Su lengua pasando entre los pelos y topándome la piel erizada, me producía una excitación descontrolada que me enviaba directamente a la cima de un volcán esperando una erupción. Me quité los zapatos y los pantalones para una mejor comodidad. Se introdujo todo mi erecto y venoso pene a su boca, directamente a succionarme el precum acumulado en mi glande. Sus labios carnosos eran tan suaves que era inevitable no empujarlo más adentro para que me sintiera por completo. Se quitó mi pico con una lágrima cayendo, sonriendo y la saliva colgando como telaraña.
—Quiero que me lo metai todo — presionó mi pico, lo mamó un par de veces más y se quitó los pantalones.
Se acomodó a lo perrito sobre la silla frente a la computadora y se abrió el culo para mí. Mojó sus dedos y los introducía en su ano, esperándome mientras me colocaba el condón y lo lubricaba con el gel que él tenía. Me acerqué a su culo y movía mi pene de arriba-abajo y en círculos sobre su ano.
—Que rico la tení, hueón. Métemela toda.
Así como lo pidió, se la metí lentamente sintiendo como se abría su interior ya caliente y mojado. Lo sacaba y lo metía un poco más, lo sacaba y lo volvía a meter un poco más hasta llegar al tope. Su gemido de estar totalmente entregado me dejó más ardiente de lo que estaba. Subí la tensión y empecé a darle duro a ese culito hambriento. Cada metida que le daba era un placer explosivo. Sentir mi glande abrirle el ano, sacarlo, jugar con él y volverlo a meter.
—¡Ay, que rico por la chucha!
Lo sujetaba del cuello y les daba más duro a esos cachetes que rebotaban con ese sonido tan exquisito que se produce al estar muy mojado.
Lo quité de la silla y yo fui el que se sentó. Cómo sea, se acomodó sobre mí y pasando sus manos entre sus piernas flectadas, se metió de una mi pico y comenzó a saltar sin perder el ritmo. Gemíamos tan fuerte que desde afuera nos tocaban la puerta para entrar a la cabina y disfrutar de la follada, pero nosotros la estábamos pasando tan bien que no necesitábamos la compañía de alguien más. Me tenía atrapado entre su culo y la silla, saltando sin parar a la espera de mi eyaculación, pero no quería irme todavía. Saber que desde afuera nos estaban escuchando, quise darles en el gusto a su imaginación y nos acercamos a la puerta. Lo apegué contra ella y se lo metí tan fuerte que la puerta rebotaba con nosotros. Desde afuera insistieron tocando tres veces, pero nosotros volvimos a ignorar. Le daba bien duro a ese culo mientras besaba su cuello y lo sujetaba de su cintura.
—Dame tu lechita —entre gemidos me lo pidió.
—¿A dónde la quiere? —le susurré.
—En mi boca —sacaba su lengua.
—Arrodíllate, entonces.
Se quitó mi pico de su culo, me sacó el condón y me lo terminó chupando junto con la masturbación para acelerar la eyaculación. Con su lengua afuera me masturbaba fuerte y yo con mi mano lo empujaba para que me la chupara. Mis piernas comenzaron a sentirse frías, mi pico se endureció cinco veces más y con un último empujón se lo metí en su boca para que recibiera toda mi leche acumulada desde la follada anterior. Doble calentura acumulada. Mi leche caía a chorros sobre él, no sé de donde saqué tanto semen, pero se sintió demasiado rico descargarse de esa manera. Él seguía chupándomela y yo mantenía mi dureza por lo caliente que estaba.
Cansados y exhaustos después de esa rica follada, me coloqué mis pantalones mientras que él se comía el semen de su cara. Me dijo que follaba rico y que le gustaría volverme a ver. Le di mi usuario de redes y me despedí con un rico beso blanco. Abrí la puerta y afuera esperaban 2 sujetos más. El chico los dejó pasar a los dos al mismo tiempo y yo me fui al baño a lavarme las manos y la cara. Pagué lo que me salió el tiempo que estuve y salí del local agradeciendo la experiencia. Miré mis manos y me di cuenta de que la bebida se me había quedado.
—¡Cresta! —me tapé la frente.
Obligado a comprar otra bebida.
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