Al fin llegó la fecha que más espero de todo el año. La única noche en la que podemos ser quien queramos ser con toda nuestra majestuosa imaginación. Halloween. De inmediato pensamos en dulces, travesuras, fiestas y maquillaje corrido. Yo solo pienso en los ojos de aquel hombre de piel fría que me hipnotizó al primer segundo que pisé su metro cuadrado.
Siempre me preparo con anticipación para la noche de las brujas, Halloween, día de los muertos o como quieran llamarlo. La imaginación es el personaje principal de esa noche. Con mi grupo de amigos nos preparábamos para ir a una fiesta secreta, de esas que te van dando pistas días antes del evento para que descubras el sitio de encuentro. Bueno, logramos dar con la ubicación del lugar y este se encontraba fuera de la capital. Cercano al Río Aconcagua. ¡Vaya eventos que quedan a la mierda! Pero valen la pena. Uno de mis amigos tenía auto, así que no tuvimos problemas en llegar. El Diego de Spider-Man, el Carlos de Barnabas Collins de Sombras Tenebrosas, el Felipe de Jason y yo como Máximo Décimo de Gladiador. No usamos los típicos trajes, obviamente le pusimos un toque sensual a cada uno para aprovecharnos del morbo que provocan esos personajes. A lo lejos se escuchaba el zumbido de los bajos del escenario principal y el techno melódico que poco a poco subía su ritmo. Se me erizó la piel más por los nervios que por el frío de la zona. Todo su alrededor invadido de adornos tenebrosos colocados detalladamente. La entrada era un payaso gigante, sangriento y con los ojos rojos iluminados por el infierno. Sus manos gigantes de guantes rotos con sangre falsa que caía como una cascada, envolvían su boca abierta con dientes podridos. Dando un grandioso ingreso a todo el público. Todos tomándose fotos con sus mejores disfraces. Nosotros hicimos lo mismo.
—¡Digan Tula! —dijo Carlos. Todos salimos riendo porque no esperábamos eso.
—¡Ya, maracas! Esta es nuestra noche. ¡La vamos a pasar la raja! Olvidemos los problemas y chao con todos. Estamos listas para entregar el chico —Diego le colocó un cierre al trasero de su traje.
Al ingresar se encontraba un cartel con las reglas de la primera parte del evento. “Confusión” se llamaba el laberinto. Las reglas eran simples. Encontrar la salida y cuidarse de los criminales que deambulaban en su interior. No golpear a los actores. No tomar fotos ni grabar videos. Mantener distancia y cuidado con nuestras pertenencias. Todo lo que suceda en el laberinto, se queda en el laberinto. Obligatoriamente todos los grupos se tenían que separar. Eran cuatro puertas para ingresar. De izquierda a derecha, los nombres de los caminos eran: Pasado. Presente. Futuro y Eterno. De pura suerte me tocó la cuarta puerta. Hicimos la fila un par de minutos observando el cronómetro en el centro de las puertas que avisaba el ingreso. Vi la hora en el celular y eran las 22:15 de la noche. Los cuatro nos mirábamos con un poco de miedo, pero es que no teníamos ni idea de la separación grupal. Soledad total de un solo camino. Que suerte los que pudieron entrar más de uno en el mismo laberinto. Tragaba saliva mientras disfrutaba de cada personaje a la espera, y también por la adrenalina de cruzar todo por mi cuenta. ¿Cuánto me voy a demorar? ¿Quién me asustará? ¿Será el verdadero muñeco de la película “El niño” con su pecho peludo? ¿O será Joe Golberg de You? Con cualquiera de los dos me entrego directamente a morir en sus brazos. Malditas obsesiones con estas series y películas que nos mandan a viajar hasta la pantalla y crearnos nuestros propios personajes con trama, enemigos y canciones de fondos mientras caminamos por las calles. Cinco, cuatro, tres, dos, uno y nuestras puertas viejas de madera se abrieron. Nos miramos por última vez y entramos al laberinto. Unos pasillos con luces rojas muy tenues que guiaban los primeros metros. Giré a la derecha dos veces y el camino se abrió para ambos costados y las luces ya se habían acabado. Sabía que no tenía que usar el celular y recordé mi encendedor que traía en el bolsito. Lo busqué muy rápido y cuando lo tomé para encenderlo, desde mi derecha comenzó a escucharse un ruido estertoroso proveniente de la garganta de alguien. Un sonido muy similar a una puerta abriéndose sin aceite. Presioné el pulsador del encendedor y por mi lado derecho iluminó una silueta contorsionada en el suelo hacia mi dirección. La luz se apagó y volví a prender el encendedor. Esta vez la silueta se encontraba más cerca y con otra pose. El sonido de su garganta aumentaba de intensidad. Volví a entrar en la oscuridad y el sonido se detuvo. Solamente se escuchaba mi respiración y mis latidos acelerados. Prendí el encendedor y el rostro de una chica de cara pálida con cabello largo hasta la cintura, apareció a mi lado con un grito exagerado y derramando sangre por su boca. Caí al suelo intentando escapar del susto y ella reía a mis espaldas. “¡No saldrás de aquí!” me gritaba. “Tienes cinco segundos para escapar”. Abrió su mano y con sus dedos empezó la cuenta regresiva. A penas dijo el cinco y salí corriendo, chocando con una pared y siguiendo por la izquierda. El camino se volvió a dividir, pero esta vez en una uve. Por mi cuello sentí una leve respiración que me erizó por completo hasta voltear del susto, pero no había nadie.
—Izquierda…
Escuché un susurro. Miré para todos lados y daba pena mi soledad. No ignoré lo que había escuchado o si mi mente lo inventó, pero decidí irme por la izquierda. Inmediatamente se puso más helado y el camino un poco más estrecho. No me topé con ningún otro personaje, pero si me enredé con muchas telarañas. Nuevamente llegué a volver a decidir por cuál camino seguir.
—Derecha… —volví a oír esa voz. Era masculina, pero no era la mía. No era mi mente la que creaba esa voz.
Le hice caso y mientras avanzaba me quitaba las telarañas. Sin darme cuenta me quemé el dedo con el encendedor y lo tiré al suelo quedando en completa oscuridad. Solamente se oían los pum-pum de la música del exterior. Buscando el encendedor en el suelo, topé algo duro con textura lisa y lustrada por el aroma peculiar. A un lado estaba mi encendedor y lo prendí con la intención de seguir el camino. Solo que, esta vez fue una sutil sonrisa de dientes blancos, ojos negros brillosos y un tono de piel pálida estaba parado frente a mí. Grité del susto, mucho más que el fantasma de Kayako y su sonido de garganta. No pasaron ni dos segundos y la luz de la llama iluminó un pasillo vacío y sin la presencia de alguien parado frente a mí. No entiendo nada. Yo toqué a alguien. En fin, es un laberinto embrujado, dijo mi mente. ¿O fui yo? Ya no sé qué estaba ahí dentro. Quería salir rápido e irme a bailar toda la noche. No sabía que realmente me estresaría este comienzo. Seguí avanzando, giré a la derecha y después a la izquierda hasta toparme con una puerta de hierro oscura con vidrios polarizados que formaban una luna posando sobre el sol. Un eclipse solar. No era el mismo estilo de puerta que la de la entrada, pero era la salida. Al fin. Guardé el encendedor y la empujé con un poco de fuerza. Estaba pesada y mucho más fría. Ya listo para ver a mis amigos y meternos en el centro del escenario con toda la euforia de la gente saltando en un trance único de colores destellando toda la noche, pero no había nada de eso. Solamente una habitación con un penetrante silencio de calabozo con aroma a flores de cementerio. Una antorcha en cada esquina junto con una silla metálica en el centro de la pared. No había otra puerta, no había una salida, no había nadie más. Avancé dos pasos y la puerta se cerró con un aliento intencional. Una mano pálida sujetaba el metal, enfriando sus huellas de porcelana. Su sonrisa se mantenía, pero esos ojos negros que hipnotizaban al primer contacto, era la mirada más convencedora con la que me he cruzado. Me tenía atrapado, desconcertado, intimidado, cohibido y con una parálisis que era imposible de combatir. Era él. El chico del pasillo. Estaba frente a mí con una chaqueta ajustada, polera blanca sin mangas y pantalones negros con bototos sucios, sin maquillaje ni nada relacionado con la noche de brujas.
—¿No es la salida? —pregunté porque era parte del juego todo eso.
—Esta es la salida. La misma puerta por la que entraste —su voz era baja y no tan grave, un tono intermedio. Tampoco chileno. Tampoco estadounidense. Era muy neutro.
—¿Qué?
—Te estaba esperando. Mucho tiempo sin volver a verte —suspiró bajando poco a poco su sonrisa.
—Nunca nos hemos visto.
—Y estoy de acuerdo contigo. Jamás me has visto, pero yo sí a ti. Bueno, te pareces mucho a él. Cuando te vi bajarte del auto fue su imagen la que se me vino a la cabeza. Con ese traje de Imperio Romano fue como darme un golpe en el corazón que no tengo. Lograste abrir una herida que pensé haber sanado saciando mi sed, pero me doy cuenta de que lo único que hago es escapar de aquello que me atrapó.
—¿Y qué tengo que hacer para salir?
—¡¿Crees que es sencillo para mí contarte esto después de haberlo perdido hace más de mil años?! —su voz apareció detrás de mi oreja al igual que su presencia física. ¿Cómo se movió tan rápido?
—Eres un vampiro. Ya descubrí tu personaje. Quiero salir a bailar —era un juego.
—Claramente no eres él —me observaba sin pestañear y girando alrededor de mí—, pero es increíble el parecido. Lo vuelvo a recalcar.
Cuando su mano tocó mi rostro, fue un congelamiento instantáneo. Su mano era más fría que el mismo hielo. Un cristal helado dentro de un congelador. Con su dedo descendía delicadamente hasta tocarme el cuello. Eso me provocó una leve erección con la piel erizada. Envolvió su mano en mi cuello y me inclinaba la cabeza hacia un lado. Lubricándose los labios y enojándose consigo mismo.
—¡No puedo hacerlo! ¡No eres él! — me dio un empujón hacia la silla.
Su mano desapareció y volvió a empujarme por el frente hasta lograr posicionarme en su espacio de descanso.
—Él no se resistía a esto.
Su mirada penetrante impedía que moviera mi cuerpo. Lo único que logró moverse por su cuenta, fue mi bulto cuando empezó a quitarse la chaqueta. Tenía brazos musculosos con tatuajes desgastados y marcas de quemadura.
—¿Esto es parte del juego?
Se apoyó en los brazos de la silla y se acercó.
—Lo que está afuera es un juego. Esto es real. ¿No te das cuenta? —sujetó mi mano y la apoyó en su pecho suave con volumen— Siente lo real que soy. Llevo años… años caminando por el mundo en busca de un igual a él. Lamentablemente tengo una sola oportunidad en el año para buscarlos. La única noche en la que puedo ser yo. No soy el típico vampiro que puede salir en días nublados o que tiene una mansión como el personaje de tu compañero. Soy único en mi especie. Los demás pueden vivir su eternidad sin problemas. Estoy pagando un castigo eterno y estoy consciente de que lo merezco —detuvo mi mano sobre su cinturón— Tú lograste revivir una esperanza en mí. ¿Sabes lo que significa eso para un vampiro?
—Conviérteme si quieres que lo descubra —quise seguirle el juego, pero también temía a que fuese real lo que me estaba diciendo.
—Jamás permitiría que experimentaras el sufrimiento eterno. Para algunos sería un regalo, para otros… bueno, ya sabes lo que es.
—Un castigo.
—Tú no mereces ser castigado — en una pestañeada ya se encontraba arrodillado frente a mis ojos— Mereces ser amado.
Sujetó mi nuca y me empujó hacia sus fríos labios humedecidos por el deseo del tacto directo. Un beso apasionado que pudo haber durado años si quisiéramos. Hasta siglos. Su mano acariciaba mi cuello y descendía por el centro de mis vellos hasta toparse con el broche de la falda. Me mordió los labios y me la desabrochó, dejándola caer a mis pies. Una gota de sangre corría por el borde de mis labios y con su lengua me limpió, saboreándola con una excitación que deseaba sentir. Comenzó a besarme el cuello y bajaba con su lengua dejándome un rastro de saliva, masajeándome el culo con extrema satisfacción. Con sus dedos sujetó mi sutien y me lo quitó sonriendo al verme el pico erecto rebotar en su cara. Inhaló mi aroma corporal, teniendo la misma satisfacción que al probar mi sangre. Agarró firme el tronco y deslizó el prepucio sin problemas por lo lubricado que me encontraba. Sin más espera, me empezó a mamar tan exquisito con los movimientos fríos de su lengua y hasta atragantarse por chupármela toda. Se mantuvo humedeciéndome por un buen rato mientras que yo le acariciaba el cabello y en ciertas ocasiones lo agarraba fuerte para que se comiera todo. Se levantó saboreando sus labios y me volteó apoyándome en la silla. Su lengua volvía a tocar mi cuello desde la nuca hasta mi espalda. Deslizaba su glande por el borde de mi ano dejando una telaraña de precum entre los dos. Dejó caer un poco de saliva sobre su cabecita rica y empezó a penetrarme lentamente, sintiendo como me abría por dentro cuanto más empujaba. Mi ano chorreaba y mis piernas temblaban con toda la presión que me daba. Sabroso placer interior al darme durísimo contra la silla.
—No puedo así.
Con un movimiento fugaz y ya tenía una almohada en sus manos. Me tomó y me dejó en el suelo con nuestras miradas observándose con una sabrosa calentura de antaño. Levantó mis piernas y me volvió a penetrar sin quitarme los ojos de encima. Su hermosa sonrisa era un privilegio de deleitar.
—Los pezones.
Entendí de inmediato el mensaje. Mojé mis dedos y empecé a masajear sus pezones provocándole un orgasmo más a nuestro encuentro.
—No dejes de hacerlo. Quiero demostrarte que sigo siendo el mismo después de todos estos años llorando por ti.
Tenía la necesidad no solamente de acabar, también quería abrazarlo con todas mis fuerzas y no soltarlo por el resto de mi vida. De alguna manera convertí esa diminuta pena en una posición que complaciera ambos sentimientos. Me sujeté de su cuello y me impulsé hacia él. Entendió a la postura que quería llegar y se dejó caer sentado en el suelo. Lo abracé fuerte y comencé a moverme deslizando su prepucio hasta el fondo y presionando fuerte, logrando sensaciones exageradas de orinar. No quise perderme la oportunidad de sentirme así de excitado. También una sola persona en mi vida ha logrado llevarme a tal extremo placer. Saltaba con mucho descontrol mientras que el me sujetaba de mi cintura, disfrutando del sexo que por años estuvo esperando. Imposible de aguantar más mi orgasmo, comencé a orinarlo encima aun cuando seguía penetrándome. Él me masturbaba con mucha rapidez, abriendo su boca para recibir mi orina cristalina.
—No has cambiado en nada. Ya no aguanto —entre gemidos me avisaba que estaba por acabar — Prométeme que seguirás siendo el mismo.
—¿Qué?
—Prométemelo.
—Lo prometo — respondía cansado y completamente mojado.
Comenzó a moverse más rápido y con sus dientes mordió su muñeca, logrando una cascada de sangre recorriendo su brazo y goteando en el suelo.
Sin ninguna palabra me miró a los ojos y acercó su muñeca a mis labios. Sinceramente no pensé nada en ese momento. Ver gotear su sangre sobre mi pecho y sentirme deseado por alguien eterno, ha sido lo más excitante que he experimentado en toda mi vida. Por esa misma razón abrí mi boca y comencé a beber su sangre. Sabor metálico que poco a poco iba desapareciendo, convirtiéndose en un jugo sabroso y llenador. Al mismo tiempo el colocó sus ojos en blanco y con un fuerte gemido orgásmico, empezó a eyacular dentro de mí. Sentía todo el pálpito de su pene y el liquido esparcirse en mi interior. Inmediatamente comencé a ver destellos por todos lados. Mi cuerpo perdía fuerzas y el frío se apoderaba de todo el espacio. Sentí su mano sujetar mi nuca y me dejó en el suelo con mucho cuidado.
—Te volveré a buscar. No te desesperes. Podrás controlarte sin saber nada de este mundo porque te ayudaré desde tu interior. Nos vemos pronto, mi eterno.
Cuando terminó de susurrarme al oído me fui completamente a negro. No sé cuanto tiempo estuve desmayado. Desperté solo en la habitación, con las antorchas encendidas y la silla en su lugar. Vacío como quizá siempre estuvo. Tenía puesto mi traje, pero la sangre seguía en mí. Me preguntaba todo el tiempo si era real lo que había vivido. Observaba para todos lados y nada parecía haber ocurrido. Me limpié el polvo y me acerqué a la puerta metálica. Sentí un leve escalofrío por mi espalda y un suspiro en mi cuello. Cerré mis ojos y sonreí por el recuerdo que quedó en mí.
Abrí la puerta y me encontré con la vista de todo el escenario y la gente bailando con sus mejores disfraces. Cuando toqué el césped me dio por voltear a mirar el lugar que se convirtió en nuestro lugar, pero solo me encontré con el pasillo oscuro y vacío. No había habitación. No estaban las antorchas. Tampoco rastros de él. Estaba seguro de que no había consumido nada antes de llegar ni bebido alcohol. Aún sentía sus manos sujetarme la cintura y también en mi cuello. Su lengua todavía me recorre el cuerpo. Las otras tres puertas se abrieron al mismo tiempo y los chicos salieron corriendo con el corazón en sus manos.
—¡Hueona, me muero! — Diego se tiró al suelo.
—¡La huea buena! — Felipe reía por las caras de los chicos.
—Choqué todo el rato. No podía ver nada — Carlos sacó su celular — Fueron diez minutos recorriendo eso.
—¿Diez? — pregunté.
Los chicos quedaron sorprendidos por la sangre que traía encima.
—¿Qué te pasó a ti? — Carlos me tomó una foto — ¿Te viste?
Cuando mostró su celular, me dio nuevamente un fuerte escalofrío. Detrás de mí se veía una sutil silueta en movimiento con el brazo apoyado en mi hombro. No podía creer lo que estaba frente a mis ojos. Era él. Ni siquiera sé su nombre, solamente se que lo deseo con todo lo que puedo sentir. Es algo inexplicable lo que está pasando por mi cuerpo en estos momentos. No sé si tengo frío o calor. No sé si tengo hambre. Parece que tengo sed. Necesito beber algo. Mi garganta… me raspa. Lo… lo deseo. Lo necesito. Necesito beber. Necesito un poco de sangre.
—Aquí estoy.
Escuché en mi cabeza.
—Y aquí estaré — respondí mirando al cielo magníficamente estrellado.
Me sentía distinto. Me sentía extraño. Me sentía mucho mejor.
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