Ya van tres años desde que una parte de mi se esfumó en un accidente de carretera. Mi alma gemela; Mi prisión sin condena. Estoy dispuesto a retomar la vida que tenía antes. Hoy en la víspera de navidad me daré una oportunidad. Una última quizá. No sé lo que deparará la noche.
Muchos cenan a las 22:00 horas o una hora antes de la medianoche. En mi caso, estoy comiendo arroz blanco bañado con el jugo de la carne y una ensalada de cebolla morada con tomate a las 20:00 horas. Cumplo 33 el próximo año y nuevamente estoy aquí sentado, mirando la otra esquina de la mesa con el plato vacío y los cubiertos ordenados. Él ahora tendría 31 años. Extraño su risa, su mirada de ojos pardos, sus caricias que me llevaban al sueño, pero lo que más extraño de él es su aroma. Lo único que tengo es su ropa intacta metida en el clóset. He usado algunas prendas para sentir que me acompaña y me protege. Hasta creo que me estoy volviendo loco hablando solo y esperar alguna señal como respuesta.
—Solo quiero decirte que esta noche me daré un regalo. Desde que te fuiste que he decidido estar solo, pero hoy no será el caso. No puedo seguir negándome la oportunidad de avanzar con mi vida y esperar a que un día toques la puerta —me detuve al sentir un escalofrío recorrerme el cuerpo—. Hoy creo que te voy a soltar. La energía de esta noche está más viva que nunca y no la voy a desaprovechar.
Bebí la copa de vino y fui a lavar el plato sucio. El otro plato de la esquina decidí guardarlo en otro cajón. No quería llorar por su ausencia, ya que desde que tengo memoria que la soledad a permanecido a mi lado como una fiel amiga. Aprendí de ella desde temprana edad y no verla como una amenaza. Algunas navidades las he pasado con amigas y primos, pero esta noche no quería ver a ninguno de ellos. Tenía varios mensajes de invitaciones a juntas después de las doce y no niego que algunas fueron muy tentadoras, pero nada de eso iba a pasar. No quería usar la tecnología para atraer a desconocidos. Lo quería como antes. Me río solo. Tan soñador que salí. Quizá la soledad hace que sueñe más entando despierto. Lavé mis dientes y mirándome al espejo volví a sonreír. Esperé el Uber que estaba tres minutos y revisé por última vez si llevaba todo en el banano y disfrutar de esta nueva oportunidad que me voy a dar.
—Llegué. —Me escribe el tipo del Uber.
Me miré por última vez al espejo y salí con la barbilla en alto, disfrutando del atardecer que ya estaba por acabar. El tipo me saluda con una sonrisa muy acogedora al igual que su mirada por el espejo delantero. Era guapo y tenía buena calificación por sus viajes. Estuvimos en silencio por varios minutos hasta que rompió el hielo preguntando en donde pasaría la navidad. Cuando le comenté que estaría solo toda la noche pensó que le estaba tomando el pelo, pero al ver mi rostro convencido se convenció. Me dijo que era valiente en hacerlo y que por su parte no sería capaz de proponérselo. Su último viaje lo quería hacer a las 11 de la noche e ir a cenar con amigos. Su familia estaba en otro país. Por un momento casi me da la locura y lo invito a salir conmigo, pero no tenía la confianza suficiente para hacerlo. Llegamos a Plaza de la Dignidad y el tráfico estaba muerto. La mayoría de los santiaguinos escaparon de la toxicidad de la ciudad. Me hubiese gustado irme a otro lado a celebrar la noche buena. Al final, venir a Bellavista igual me ha hecho recordar tantas cosas que viví en aquellos años de juventud. Bebiendo hasta salir caminando en zigzag, escapando de los problemas y resolviendo otros que alguna vez pensé que durarían para siempre y aquí estamos, nuevamente solos divagando por las calles vacías de la capital.
—Por aquí está bien. —Le indiqué la esquina de bombero Núñez.
—Okey.
Se detuvo y cobró lo que el viaje había salido. Me deseó una buena noche y que la pasara genial sin importar con quien me tope. Que solo viviera la experiencia… Creo que fue un buen consejo porque me dejó más relajado. No sabía que necesitaba esas palabras. Me bajé y como de costumbre en esta fecha, no todos los bares están abiertos o los abren más tarde. Parece que llegué muy temprano. A lo lejos veo siluetas de varias personas frente a un local. Era mi primer destino. Me acerqué encendiendo un cigarro y mirando los chats del celular. Una obra de teatro se presentaba en media hora y las últimas personas estaban comprando las entradas. Todavía faltaba para la noche y que abrieran los bares y no recuerdo cual fue la última obra que visité. Podría hacer la hora mientras tanto, ¿para qué? No lo sé, pero estaría bueno una distracción. Pagué la entrada sin saber nada de lo que iba a ver, pero actué para la cajera diciéndole que había llegado justo a la hora. Aproveché de enterarme de que el hijo de la cajera actuaba en la obra. Me muestra una foto de él para que lo identifique. Se notaba el amor de una madre orgullosa. Me tocó el asiento F14. Le sonreí a la señora de al lado y me acomodé. El escenario muy bello con adornos navideños y la escenografía era el comedor de una casa con todo lo necesario para una bella cena. Se apagaron las luces y comenzó la obra. Fue una hora y media atrapado en la historia. Trataba de un chico que asumía su homosexualidad frente a su familia estrictamente religiosa. Al final, y después de un gran conflicto, terminan aceptándolo y llevándose la ovación del público. Saliendo del teatro los actores se despedían de su gente con sonrisas, abrazos y pequeños regalitos como detalle por visitarlos. Pasé al baño antes de salir del teatro y al cerrarse la puerta, se abre una cabina y sale de ella el hermano mayor del personaje principal. El adicto al deporte y machito que anda con todas las mujeres. Fue desagradable su personaje, pero era inevitable no recordar cuando salió con la ropa de futbol y verle esas piernas gruesas, peludas y bien marcadas. Era guapo, con una mirada atrapante y una sonrisa encantadora. Me saludó con mucha alegría mientras se lavaba las manos. Lo saludé de regreso y proseguí.
—Muy buena la obra. Hace tiempo que no veía una y esta me motivó a querer ver más. —Solamente quería meterle conversa.
—La próxima semana tenemos un especial de Año Nuevo, por si quieres venir.
—¿Qué día?
—El sábado 30.
—Podrías invitar a tu polola. —Tragó saliva. No entiendo porqué todos asumen que somos heteros.
—Estoy soltero y en mi caso, sería pololo. —Levantó una ceja y eso me puso nervioso.
—Lo siento. —Se puso rojo. Lo miré de pie a cabeza y eso lo puso nervioso a él.
—Tranquilo. Está todo bien. Bueno, creo que me voy.
—Si quieres te paso mi Instagram y te mando la publicación de la próxima obra.
De su bolsillo sacó su celular un tanto tiritón. Cuando toqué su mano para sostener el celular, fue un escalofrío mutuo porque también lo noté en su reacción. Moví sutilmente el meñique y el se mojó los labios. De reojo miró la puerta y esperó unos segundos antes de volver a fijarse en mí. En una rápida reacción guardó su celular y me tomó de la nuca para darme un exquisito beso con lengua. Un minuto sin parar. Me sujetó del cinturón y me llevó a la última cabina.
—Puede entrar alguien. —No quería detenerme.
—No te preocupes. La gente ya se fue y los chicos se van al parque a fumar.
Solamente atiné a sonreír. Cerramos la cabina y nos besábamos mientras nos desabrochábamos los cinturones con una excitación altamente peligrosa. Se subió en el inodoro y se bajó los pantalones con calzoncillo incluido. Su pico semi erecto rebotó en mi cara e inmediatamente me llegó el olor a sudado que tenía post obra. Lo inhalé hasta llenar los pulmones y empecé a lamerle los testículos y su alrededor. Blanqueaba sus ojos mientras subía hasta empezar a mamarlo entero. Con una mano se sostenía de la cabina y con la otra me empujaba hasta el fondo, sintiendo sus vellos en mi nariz y oliendo nuevamente el sudor. Me alejó y se empezó a masturbar para acabar rápido. Levantaba su pierna para que le lamiera el perineo. Ahí los gemidos fueron inevitables de su parte y estaba listo para acabar. Abrí la boca y empecé a recibir su rica leche espesa. Chorrito a chorrito caía en mi cara. Volví a mamarlo y sus piernas temblaban a más no poder. Se bajó del inodoro y se subió los pantalones. Mi semen cayó dentro del wáter. Sacó su celular y lo dejó en el buscador de Instagram.
—Te mandaré la información, pero también me gustaría volverte a ver.
Me sentí a gusto con sus palabras. Pensé que se iría y olvidaría la conversación previa. Le dejé mis datos y me besó por última vez. Salió del baño y yo me quedé limpiándome la cara en el lavamanos. Mientras lo hacía entró un señor a mear en el urinario y darse cuenta de lo que me estaba limpiando, se empezó a masturbar sin filtro alguno. Solamente le sonreí y salí del teatro como si nada hubiera pasado. Tampoco vi al chico con el que me había encontrado. Tampoco supe su nombre. La noche había caído y las calles se sentían más vacías. Todos estaban cenando o preparándose para ello. Seguí mi camino entre las calles de Bellavista y me encontré con una pequeña plaza rodeada de autos estacionados. Me senté a fumarme un cigarro y a revisar el celular. Todos subiendo historias muy bien arreglados con sus amigos y familiares. De reojo me doy cuenta de que alguien se va acercando con un trapo en sus manos y un chaleco reflectante puesto sobre una polera larga. El chico se acercó con mucha confianza y guardando unas monedas en el bolsillo.
—¡Hola, hermanito! Disculpa que te moleste, pero ¿te molestaría con un cigarrito? —colocó las manos como si estuviese rezando. Le regalé tres para que los disfrutara— ¿Enserio, tres?
—Sí. No me molesta. Ten. —Le entregué los cigarros y encendió uno apoyándose en la puerta del auto gris.
—¿Por qué tan solo? —Preguntó por curiosidad.
—Andaba en el teatro y ahora pensaba irme a un bar.
—¿Y la familia?
—No tengo. Estamos solos en este camino.
—La vida es dura, demasiado, diría yo. Pero jamás dejo de sonreírle porque ella vive de esa energía. Años que trabajo estacionando autos y mírame —se señaló a sí mismo—, no soy la persona con más fortuna en el mundo y nunca la tendré, pero estoy sonriendo todos los días y eso me hace ser la persona más afortunada del mundo.
Me dejó sin palabras su motivación. Tanto que hizo acordarme de mi difunto esposo y su energética motivación para hacer las cosas que se proponía. Le conté sobre él y de lo que había planeado para la noche. Comprendió mi dolor y me dio un abrazo. Fue respetuoso al no preguntarme más allá. Solo que, le pareció curioso la manera en que decidí ser feliz. No me juzgó, más bien le llamó la atención.
—¿Y ha sucedido algo esta noche? —Lubricó sus labios.
—Con un chico del teatro nos comimos en el baño.
—Buena. ¿Alguien los vio? —Se apretó el bulto y volvió a fumar.
—No, menos mal porque estuvo muy rico. —Sabía su intención, así que quise ir con detalles.
Mientras hablaba, este se apretaba el bulto y dejaba la mano a un lado, hasta que no aguantó más.
—Permiso, voy a orinar, ¿te molesta? —Obvio que no.
—Dale no más.
Se movió frente a la rueda quedando en diagonal hacia mí. Tenía el short suelto, solo le bastó bajárselos un poco y sacar el pico velludo semi erecto. Comenzó a mear sobre la rueda, tirándose el prepucio hacia atrás y hacia adelante. Fue inevitable no calentarme al verlo mear y muy sutil me masajeaba el bulto. Me miró y se dio cuenta en donde estaba mi mano.
—¿Te gusta? —Seguía tocándose sin quitarme la vista.
—No te miento. Es rico, hueón.
Se sacudió el pico y continuó masturbándose.
—¿Me la querí chupar?
Cada vez se le agrandaba más y era imposible negarme a tal rica oferta. Observé a mi alrededor por si había alguien cerca y al percatarme de nuestra soledad me arrodillé apegado al auto y empecé a mamarlo con desesperación. Él me agarró del cabello y me empujaba con fuerzas. Desesperado por sentir un placer que de seguro no sentía desde hace un buen tiempo. Fue un minuto y medio follándome la boca sin parar hasta que acabó en mi garganta. No me importó el poco tiempo que duró. Me tuvo cabeceando tan rico y sentir su pico deslizándose por mi garganta fue suficiente para complacerme y complacerlo. Se terminó el cigarro mientras se la chupaba. De alguna manera todos merecemos una noche buena.
—La chupai rico, hueón.
—Me gusta mucho mamar.
—Se nota. Bueno, que estí bien. Un placer conocerte. ¿Tú nombre?
—Alfredo. —Estiré mi mano.
—Roberto.
Nos dimos la mano y se fue por la calle lateral a la plaza. La garganta me sabía dulce y amargo, igual no me molestaba, solamente ya van dos eyaculadas tragadas y me encanta como va avanzando la vida nocturna. Quiero más. Mi noche estaba comenzando y nadie detendrá mis ganas de pasarlo bien. Bajé de regreso a los bares y ya se encontraban algunos abiertos. Curioso para esta fecha, pensé que todo estaría cerrado y sin posibilidades de divertirme. Ingresé a un bar karaoke con no más de cuatro personas. Todos hombres solitarios pasando la noche buena. Una transformista rubia cantaba Pelo suelto de Gloria Trevi y daba la bienvenida al que estuviera ingresando. Me tocó a mí. Sentí la misma sensación que cuando un extraño entra a una cantina y todos te quedan mirando con cara de culo, pero esta vez me miraron con alegría. Tomó mi mano y me dio una vuelta mostrándome al público. Me dio un fuerte abrazo y por ser uno de los primeros cinco en llegar me regalaron un trago a elección. Me senté en una esquina mirando hacia la tele que colgaba en el centro de la pared junto con otras dos teles colocadas en otros sectores. Pedí un whisky de canela a las rocas y la chica se acercó a preguntarme qué canción quería cantar, pero estaba muy sobrio para hacerlo. Dos chicos me miraban y solo uno se me acercó al rato. Me preguntó que tomaba y le respondí. Enlazamos una grata conversación y comenzó a sonarle el celular. Contestó la llamada y se tuvo que retirar de inmediato. Me pidió disculpas y se fue. El otro chico sonrió mientras veía que el otro se iba del local. Fui al baño a orinar, me lavé las manos y regresé a mi mesa. Aproximadamente pasó una hora y al local ingresaron más personas. El ambiente se sentía con más ánimo.
—¡Media hora para la Navidad! —gritó la transformista—. Quiero aprovechar este minuto para desearles una hermosa noche y sé que cada uno tiene un motivo para estar aquí el día de hoy. Yo también lo tengo y no hay que sentirse mal por ello. No es egoísta escogerte a ti mismo. Recuerden eso. ¡Salud!
Levantamos nuestros vasos y brindamos todos juntos. Mientras aplaudían con gritos y colocaban la siguiente canción en el karaoke, se me acercó el otro chico, el que no paraba de mirarme con ojos brillosos. De pelo castaño y ondulado, ojos claros y una sonrisa avergonzada que me gustó presenciar.
—Curiosa noche, ¿no? ¿Puedo?
—Dale no más. ¿Por qué curiosa? —Movió la silla y se acomodó apoyando sus brazos sobre la mesa. Tenía un lindo cuello.
—Pensé que estaría más vacío, pero me doy cuenta de que somos varios los que preferimos salir solos.
—Sí. Pensé lo mismo.
—Gustavo. —Estiró su mano.
—Alfredo. —Hice lo mismo.
—¿Cuál es tu historia? —No pensé que fuera tan rápido al tema.
—Bueno… yo… él… espera.
—Tranquilo. No tienes que contarme si no quieres. ¿Quieres oír la mía? —Fue amable al entenderme.
—Bueno.
—Tengo 31 y mi familia es tan religiosa que no es capaz de aceptarme como soy. —¿31 años? La misma edad que tendría él.
—¿Tanto?
—Están cagados del mate. Fue un problema al principio, pero después me di cuenta de que no valía la pena esforzarse tanto por su aceptación. Jamás iban a ceder conmigo —desvió su mirada—, por eso opté por irme y nunca más volver.
Nos quedamos un momento en silencio escuchando de fondo No me enseñaste de Thalía y conectamos nuestras miradas.
—Es triste cuando las cosas no salen como esperamos, pero duele más cuando viene de alguien muy cercano a ti.
—Formé mi propia familia. Mis dos gatos y yo.
—¿Y amigos?
—Cada uno está con su familia. Nos juntaremos mañana —tuvo una pausa— ¿y la tuya?
Aquí vamos.
—Nunca supe de ellos y hasta la fecha es un completo misterio. Me adoptaron y fue todo maravilloso al principio, me sentía acogido y muy bien cuidado, pero la vida me dice cada año que no me aferre a nadie porque tarde o temprano se irán de tu lado. Los perdí cuando tenía catorce. Un auto nos chocó y lamentablemente ambos murieron. Me quedé con una tía hasta la mayoría de edad y seguí mi camino. Me enamoré a los veintidós y fuimos inseparables hasta el matrimonio. Nos casamos muy enamorados, pero como te digo, el universo me dice que no me aferre a nadie. También lo perdí en un accidente, esta vez en un bus. Iba a ver a su familia a Valparaíso y nunca más volvió, tampoco nunca llegó. Eso fue hace tres años y recién hoy me estoy levantando de aquello.
El chico quedó boquiabierto y sin frases que decir. Sus ojos se lagrimearon, pero un trocito de confort que sacó de su pantalón los secó.
—No es necesario que digas algo. Hay situaciones difíciles e imposibles de tener el control, creía todos los días. Hasta que un día decidí no hundirme más.
—Y ese día fue hoy.
—Sí.
—Vaya noche que elegiste.
—Es un desafío.
—Como cada día.
Ese juego de palabras me estaba entusiasmando. Era como sentir una pena enorme, pero a la vez se iniciaba un interés peculiar en aquel chico. La transformista bromeó con que habíamos encontrado el amor y nos regaló otros tragos. Me sonrojé y él también. Brindamos un minuto antes de la media noche y cuando chocamos las copas de espumante nos miramos fijamente y sin pestañear. Fue un impulso mutuo que nos llevó a besarnos con una extrema dulzura. Lo sujeté de su mejilla y él suspiró. Nuestras lenguas se cruzaban y los labios se humedecían. Más que calentura, fue romántico. No podía aferrarme.
—Lo siento. —Me alejé.
—Tranquilo, ¿hice algo mal?
—No-no. Tú no hiciste nada. Fue un beso espectacular. Mucho tiempo sin tocar unos labios.
—Me encantaría que no solo tocaras mis labios. —El chico estaba dando el siguiente paso.
—No te puedo mentir. También me gustaría.
—Vamos a mi auto.
—Pero estás tomando.
—Recién es mi segunda copa. He estado bebiendo mojitos sin alcohol.
—Ya. Vamos.
Nos pusimos de pie y la transformista nos volvió a bromear. Nos dio un abrazo y nos deseó una maravillosa noche. Super acogedor el local con los clientes. Es como para regresar en una próxima oportunidad.
Hacía frío en el exterior y el auto estaba estacionado en la siguiente cuadra y tenía planeado irse a una calle solitaria y quedarnos ahí. Inmediatamente me coloqué el cinturón cuando nos subimos y él encendió el auto. Me dio un rico beso y prosiguió a manejar. Se movió por varias calles por unos largos minutos hasta que encontró una que le pareció perfecta. Cerca del cerro San Cristóbal nos estacionamos. Apagó el motor e inclinó unos grados el asiento. No contuvimos la espera y reaccionamos ante la calentura. Los besos nos babeaban el rostro y su mano fue directo a mi bulto erecto.
—Me encanta cuando está así de húmedo, ¿puedo? —Solamente asentí.
Me desabrochó el pantalón y me los bajó. Me agarró fuerte el pico, deslizando el prepucio hasta el final, deslumbrando mi glande brilloso y pegoteado por el precum. La punta de su lengua rodeaba mi uretra y como telaraña se estiraba jugando con mi mucosidad. Comenzó a chuparme con mucha tensión. Su respiración era agitada y desesperada, pero eso hacía que fuese una rica mamada. Lo empujaba hasta el final y este tosía, lo alejaba para que respirara, pero él mismo se impulsaba con mi mano. Quería ahogarse con mi pico. Sentirlo hasta el fondo de la garganta con la textura venosa. Lo quitaba de mis piernas, le escupía en la boca, me lo recibía sacando la lengua y lo regresaba a chupármelo. Estuve follando su boca por un buen rato. Se acomodó en la silla del piloto, se quitó los pantalones y de la guantera sacó un preservativo con un lubricante. Rompió el envoltorio y me lo colocó sin problemas. Se lubricó el culo metiéndose dos dedos y a mi pico lo masturbó humedeciendo el látex ultradelgado. Echó la silla del copiloto hasta atrás y se acomodó sentándose sobre mí. Movía el glande por el borde de su ano y de a pequeños sentones se lo empezó a introducir. Sabrosa sensación de las capas expandiéndose. Llegó hasta el fondo y los gemidos fueron inevitables.
—¡Cresta, hueón! ¡Qué rico! —Lo decía con los ojos en blanco y él comenzando a moverse.
—Se siente tan rico tenerlo adentro —Se movía como un jinete en una carrera de caballos. Saltando de manera coordinada y con una penetrada que llegaba hasta el fondo con una rica mucosidad viscosa. El auto se movía de un lado a otro. El silencio del exterior lo ponía aún más difícil, pero poco importó con lo rico que estaba su culo. Se apegó a mis piernas, tragándose por completo el miembro durísimo y aguantándolo con mucha satisfacción. Creo que no soportó mucho la claustrofobia y abrió la puerta sin importarle el exterior. Me movió hasta sentarme y el se acomodó con las piernas en la calle. Nuevamente el silencio nos daba indicios de que estábamos solos. Saltaba mirando para todos lados. Disfrutando y preocupado. No hallaba la forma de darle más duro. Extrañaba estos momentos de cruising. El exquisito sonar de su culo chocar conmigo me producía tanto placer y él que estuviese aguantando gemir… imposible no querer darle con más ganas. Él quería tener el control y lo dejé.
—Voy a acabar. –Le dije.
Sacó el pico de su culo, quitó el condón y se arrodilló a masturbarme con la boca abierta. Esperando a que mi lechita le llegara a su hermosa boca. Volvió a mamarme y yo volvía a follarle su garganta. Hasta que la sensación comenzó a fluir. No iba a sacar mi pico de su boca. Lo mantuve presionado hasta que empecé a eyacular. Por tercera vez. Mis fluidos cayeron directo a su garganta, mientras que él entre arcadas y lágrimas se los tragaba. Lo liberé y se quitó mi pico tosiendo y babeado hasta el cuello. Secó sus lágrimas y se comió su propio semen que tenía en su mano. Acabamos juntos. Tomó el condón usado con la envoltura y lo guardó en una bolsa.
—Menos mal que me preparé. —Se colocaba sus pantalones.
—Erí bien rico.
—Tú también. Espero que no te moleste, pero me gustaría volver a verte. —Se dio la vuelta para subir al asiento del piloto.
Mientras cruzaba pensé en todo lo que me había propuesto esa noche. No salí con la intención de buscar a alguien para reemplazarlo. Nadie lo hará, pero tampoco me iba a cerrar a una oportunidad de conocer a alguien que, por más extremo que haya sido nuestro primer encuentro, no iba a cambiar el interés o de saber como es él.
—¿Te parece? —Cerró la puerta y se acomodó el cinturón de seguridad.
Me acordé del chico de la obra. También me había gustado, pero no logré conectar más allá con él. Solamente fue calentura, quizá, no lo sé. Gustavo fue diferente. Hay algo en él que me llamó más la atención desde que entré al bar. Accedí a darle mi número de teléfono y no la red social. Me ofreció llevarme a mi casa y vernos cuando yo quisiera o estuviera listo. Sin importar la calentura que tuvimos, era consciente de mi dolor y fue comprensivo al darme tiempo para decidir. Estábamos entusiasmados. Nos fuimos riendo en todo el camino. Nos despedimos de un beso que duró más de cinco minutos. No me quería bajar del auto. No quería regresar a la cama y despertar solo otra vez. Me hubiese encantado invitarlo una copa de vino o ver una película, pero sabía que también tenía cosas que hacer y no quería distraerlo de sus compromisos. Me sentí extraño cuando entré a mi habitación. Quería llorar, pero no sentía una pena que se expandía al derramar cada lágrima. Estaba contento. Me sentía pleno. En las nubes viajando por todo el planeta o arriba de un auto en plena carretera con una mano apoyada en mi rodilla. Ese chico logró provocarme algo que creí muerto. Imposible de resucitar. Por tres años escuché a mi mente y ahora me estoy escuchando a mí. Es momento de darme una oportunidad.
4 DÍAS DESPUÉS.
Quedaban tres días para año nuevo y no tenía ningún plan con mis amigos porque todos salieron de la capital. Yo no pude porque tenía compromisos de trabajo. Tomé mi celular y abrí el WhatsApp. Revisaba las últimas conversaciones con mis amigos y me enviaron fotos de los paisajes. Querían alegrarme. Todos prometieron traerme regalos y se los voy a cobrar. Volví al inicio de la aplicación y ahí estaba él. Gustavo. Con su foto de perfil sobre la cima de un cerro. Abrí el chat. Estaba el saludo que me dejó el otro día y el mensaje de que llegó bien a su casa. Después de eso no hablamos más.
—Aloha… —borrar—. Disculpa si no te hablé antes… —borrar— Hola, ¿cómo estás? —Muy formal, pero también muy serio. Enviar sticker de un gato despertando.
Su última conexión fue, no lo sé, porque tengo bloqueado el leído y las últimas conexiones. Me da ansiedad.
—Escribiendo… Escribiendo…
Me está doliendo la guata de los nervios. He regresado a mis veinte años.
—¡Jajajaja! Que buen sticker. Hola. Mejor, ahora que me hablaste, ¿y tú?
—Bien, aquí en el departamento. Viendo si saldré para Año Nuevo.
—Escribiendo… Escribiendo… —parece que estaba borrando—. ¿Qué te gustaría hacer? Yo tampoco tengo planes.
—¿Pasemos juntos el Año Nuevo? —Se demoró en responder.
—Si me gustaría.
Sonreí como no lo hacía hace tres años. Sé que él está feliz por mi desde otro plano y que no le hubiese gustado verme en las ruinas por su pérdida. No es como terminar una relación porque estás consciente de que la persona ya no está. El dolor es distinto y este chico provocó un pequeño cierre en esta cicatriz. No quería entusiasmarme más de lo que ya estaba. Solamente quería disfrutar de lo que el universo me entregaba.
No me dediqué a buscar nada, pero encontré un hermoso regalo.
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