¡Cinco! Deseé que todo lo malo se esfumara de mi cuerpo. ¡Cuatro! No quería que él tomase el poder de mis pensamientos. ¡Tres! Fui feliz a su lado y le deseo lo mejor. ¡Dos! Levanto el espumante y cierro los ojos. ¡Uno! ¡Feliz Año Nuevo!
El conteo que provoca sensaciones inexplicables cada año ha llegado una vez más a nuestro lado. Me siento orgulloso por todo lo que logré y feliz por haber experimentado tantas emociones, oportunidades y ocasiones que me dejarán marcado por el resto de mi vida, o hasta que mi memoria la pierda. Ya no recuerdo la última vez que pasé Año Nuevo con mi familia y cuando le mandé el mensaje a mi madre se alegró demasiado que hasta la llamada se cortó. Creo que necesitaba una recarga familiar después de tanto tiempo. Terminamos de darnos el abrazo y una lágrima caía por su mejilla. Preocupada por su maquillaje se lo quita con una servilleta. Abracé a mi padre, quien también estaba feliz por la visita, ya que nuestra relación no era del todo buena y alejarme fue la mejor solución. Mi hermano mayor besaba a su esposa como si estuviese cayendo un meteorito y ese estaría siendo su último beso. Mi abuela sonreía masticando parte de la cena y sentada en la esquina recibiendo todos los abrazos.
—¡Por un año mejor! —dijo mi madre levantando su copa—. Estoy contenta de tenerlos a todos juntos en este nuevo comienzo.
Con mi padre se quedaron bailando al ritmo de la radio Corazón. Mi hermano se fotografiaba con su esposa y se las enviaban a sus amigos. Teníamos la puerta de la casa abierta, escuchando a todos los vecinos gritar sus saludos, disparando sus espumantes y subiéndole el volumen a la música. Me apoyé en el marco de la puerta mirando a mi abuela aun comiendo su plato y acompañada de su copita de vino. Desde la calle se escucharon unos petardos explotar y eso me despegaron de la mesa.
—¡Niños tengan cuidado! —Se escuchó gritar desde la casa de al lado.
Dos cabros chicos jugaban con esos petardos y una pelota de futbol que cayó al antejardín de la casa de mi abuela. Dejé la copa en el suelo y fui por la pelota. Abrí la reja, le regresé la pelota y ellos me agradecieron. Aproveché la oportunidad del exterior y encendí un cigarro apoyado en la reja. Aspiré el humo y lo boté sacando el celular del bolsillo.
—¿Andrés? —La voz de un hombre me llamó desde la casa de al lado.
Regresé el celular al bolsillo y me sorprendí al reconocerlo.
—¿Raúl?
—No te creo, ¿cómo estás? ¡Feliz año! —Se acercó Raúl a darme un abrazo. Él fue un vecino con el que crecí hasta la adolescencia, pero pensé que se había ido de la casa—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Demasiado tiempo, ¿tú no te habías ido? —Sus brazos me soltaron y se alejó un paso.
—Sí, pero regresé cuando falleció mi madre y ahora estoy cuidando la casa. —Volteó a observarla.
—¡Papá! ¿Tienes más petardos? —¿Papá? Los dos niños se acercaron a su lado.
—No me quedan, pero vayan a jugar play a la pieza. Antes de que entren quiero que conozcan a un viejo amigo. —Raúl me señaló.
—Hola… —Saludaron al mismo tiempo.
—Un gusto en conocerlos… —Los miré con dudas al no saber sus nombres.
—Vicente… Pablo… —Se sonrojaron.
—Con tu padre nos conocemos desde que teníamos su edad. —Tan ingenuos que solo sonreían y se mordían los dedos.
—Ya chicos, vayan adentro. Nos vemos después. —Ambos entraron corriendo a la casa.
—Vaya sorpresa lo de tus hijos. —levanté una ceja.
—Lo mismo dije cuando supe la noticia.
—Igual me alegra que estés con ellos.
—Sí… a veces son un fastidio, pero eso no quita el amor que siento por ellos.
—¡Raulito! —Mi madre se acercó y le dio un fuerte abrazo.
—Hola, tía. Feliz año. —Se sonrojó un poco.
—¡Feliz año, cariño! ¿Cómo estás? ¿Cómo están los niños? ¿Quieres pasar a tomarte una copita? —Lo bombardeó de preguntas y terminó señalando la casa.
—Ellos están bien, recién entraron a la casa a jugar y quizá se queden dormidos.
—Me hubiese gustado saludarlos, pero es que con tu padre —palmeó mi brazo— estábamos en nuestro momento de baile.
—Los puedo llamar si quiere.
—¡Nah! Déjalos que jueguen. Mañana ven a almorzar a la casa y los traes.
—Me parece estupendo. —Raúl colocó una mano en el bolsillo y con la otra se rascó la nuca.
—Que rico volverte a ver. —Repitió el abrazo.
—Lo mismo digo, tía.
—Están tan grande los dos. Aun recuerdo cuando jugaban en esta misma calle con los triciclos haciendo carreras. Ya, pero no seguiré o me pondré a llorar —echó su pelo hacia atrás y me dio un beso en la mejilla con aroma a Rosé—. Te quiero mi bebé.
—Y yo a ti, mamá.
Regresó a la casa bailando, moviendo sus brazos de arriba-abajo y salpicando espumante al suelo. Estaba muy contenta y eso me tenía muy alegre con la decisión de haber venido. Fumé y boté el humo.
—La tía… —Raúl reía mirándola entrar.
—Lo siento por el fallecimiento de la tuya. —Apoyé mi mano en su hombro.
—Gracias. Fue hace un año y creo… que lo estoy llevando bien.
Mi madre se oía gritar desde la casa y obligando a mi hermano a bailar.
—¿También vino Miguel? —Lo noté sorprendido.
—Sí. Decidieron venir con la Caro, ¿quieres pasar a saludar?
—No te preocupes. Mañana los saludaré a todos. Es mejor que vaya a ver a los niños.
—Está bien —apagué el cigarro y mantuve la colilla en mi mano—, ya te deben de extrañar.
—¡Nah! Me estarían llamando.
—Entonces, ¿nos vemos mañana?
—Me invitó tu mamá. Ya no tengo vuelta atrás. —Levantó sus manos como si lo estuviesen amenazando con una pistola.
—Es demasiado tarde para arrepentirse. —Sonreí a gusto por nuestro encuentro.
Cerré la reja y regresé a la casa. No pasaron ni cinco segundos cuando Raúl me grita de regreso.
—¡Oye, Andy! —Años que nadie me llamaba así.
Volteé dejando la colilla en un pequeño tarro que tenía mi abuela afuera de la casa. Me acerqué nuevamente a la reja. Raúl estaba apoyado con su brazo en alto.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Nada po’. Se me ocurrió que, como los niños están jugando en la pieza, pensaba en que podríamos tomarnos algo. Ya que es Año Nuevo y no me puedo mover de la casa. —Sonrió levantando un solo lado de sus labios.
—Pero ¿y tu pareja no se molestará? —Hubiese aceptado altiro, pero… curiosidad.
—Estoy separado hace mucho tiempo. Solo estoy con los niños.
—Bueno, no veo el problema. Regreso enseguida.
Volví a la casa por mi banano y le dije a mi madre que iba a salir, pero que regresaba pronto. Mi hermano dijo dijo que me cuidara. Cuando salí se asomó por la ventana. Raúl revisaba su celular y lo guardó cuando llegué a su lado.
—¿Vamos? —Me entusiasmé.
Abrió su reja y cruzamos hasta la puerta. Igual me sentía un poco aburrido en la casa. Todos estaban en pareja, excepto mi abuela, pero ella tampoco hablaba mucho. No quería pensar en él, pero era inevitable no extrañarlo. A un costado de la casa se posaba un macetero muy viejo con la misma planta que ha crecido desde que tengo recuerdos. Empujó la puerta de la casa mientras que yo seguía pegado mirando su terreno y recordando todas las veces que jugábamos a las bombitas de agua en pleno verano. Cuando entré, el aroma que me llegó me desbloqueó más recuerdos de los que había olvidado. Es increíble como ciertos detalles nos hacen viajar al pasado en un segundo y poder experimentar nuevamente algo que vivimos por años. Todos sus cuadros. Sus viejos muebles. Los mismos sillones, pero con nuevas fundas. Cada cosa estaba en su lugar, tal cual como lo recuerdo. Obviamente que hay nuevas fotos y alguno que otro cambio, pero la mayoría de la casa estaba intacta. Como si los años nunca hubiesen pasado por aquí.
—Siéntate y prende la tele. Pone lo que quieras. Música, película, documental. Cualquier excusa sirve para tomar. Haré mojitos, ¿quieres? —Señaló los sillones y se apoyó en el marco de la cocina. Su celular sonaba.
—¡Uh! Sí, tráeme uno.
—¡Papá! ¡Tenemos hambre! —Desde el segundo piso gritaban los dos niños.
—Dame un segundo —se dirigió a las escaleras—. Chicos, ya es muy tarde para que coman…
Su voz se fue desvaneciendo y las pisadas se sentían desde arriba. Yo reía al escuchar a los niños decepcionados por no poder comer, pero entendieron y se quedaron jugando. Raúl bajó blanqueando los ojos.
—Dales una media hora y estarán dormidos con la tele prendida. Ahora voy por los mojitos.
Fue a la cocina y preferí distraerme a mirar el celular. No he respondido ningún mensaje de Año Nuevo y tampoco quiero hacerlo por ahora. No quiero pegarme escribiendo uno por uno, aunque debo hacerlo y es probable que olvide saludar a algunas personas, prefiero ignorarlo y responder más tarde. Dentro de todos los mensajes estaba del de él. El único mensaje que decidí abrir. Me deseaba lo mejor para el siguiente año y que las decisiones que tomé no las juzgaba. Me entendía. Estaba dolido, pero intentaba no demostrarlo. Por más que haya sido un mensaje de texto, uno conoce a la persona que amó por mucho tiempo y es evidente que intenta ser duro en el mensaje. Yo lo hubiese escrito llorando a mares. Ya lo hice muchas veces. No quiero hacerlo más. Le toca a él esperar. No sé cuanto rato estuve pegado leyendo el mensaje, pero Raúl salió de la cocina con los mojitos y los dejó en una mesa pequeña de centro sobre unos portavasos.
—Brindemos por este reencuentro y por el nuevo año que se nos viene.
Acercó su vaso y sutilmente brindamos. El trago estaba fuerte, pero sabroso. Un trocito de menta se metió por la bombilla y estuve un buen rato luchando por sacarlo de la garganta. Ni otro sorbo lo ayudaba bajar.
—¿Y cómo te ha ido en todos estos años? ¿Qué ha sido de tu vida? —Se acomodó en el sillón.
Vaya pregunta que todos hacen y que la mayoría respondemos siempre lo mismo para evitar detalles.
—Bien, creo. Soy jefe de un local y comencé el gimnasio hace dos semanas. Necesitaba un cambio y creo que de a poco se está dando. —Muy bien. Sutil y evitando los detalles.
—Algo noté en ti cuando te vi. Creo todo lo que me dices, sin dudas, solo que tus ojos demostraban otra cosa allá afuera —bajé la mirada— Esos ojos —por favor no preguntes—, ¿sucedió algo en estos días?
Mierda. Bueno, de todas maneras, me invitó para conversar.
—La verdad es que sí. Terminé una relación de cuatro años hace tres semanas y eso me ha tenido medio bajoneado estos días.
—Por eso viniste a pasar las fiestas aquí. —Bebió.
—Exacto. Quería distraerme y no pensar en él. No quería pasar solo esta noche. No porque no soporte a la soledad, amo estar solo y desenvolverme como soy. No quería, pero sabía que tarde o temprano lo terminaría invitando al departamento a pasar la noche conmigo. Más allá de las fiestas, también es una noche sentimental.
Miró hacia un lado y bebió pensando en mis palabras. Aproveché el silencio para devolverle la pregunta.
—¿Y tú? ¿Qué ha sido de tu vida? —Bebí un buen sorbo.
—Cuando me fui me puse a pololear y encontré un trabajo estable. Tuvimos unos problemas, pero eso fue después de que los chicos nacieran. Ellos son mi razón de vivir y agradezco que estén conmigo porque no sé qué sería de mi en estos momentos. Ahora ella está en Brasil con su actual pareja y todo bien. Después de todo teníamos que separarnos para llevarnos bien. Entendí que no tenemos que estar obligados a estar juntos por los niños y que ellos vean todas las peleas que teníamos. Solamente hay que llevarse bien de la manera correcta y demostrarles que, a pesar de las circunstancias, se puede lograr mantener una buena relación entre padres. Somos muchos los que llevamos traumas por ver todo lo que hacían.
—Nosotros no somos ellos.
—Y me siento orgulloso de eso. A pesar de nuestro pasado, somos grandes ahora —bebió con un eterno suspiro—. Hablando del pasado, ¿te acuerdas de todo?
—Creo que todo. Las cicatrices aun se mantienen.
—Es que tus patines estaban muy malos. Era cosa de esperar tu caída mortal.
—Menos mal que no fue de verdad mortal. Estuve a punto.
—Sí. Ese día decidimos no ir más al cerro. Era bacán cuando encontrábamos las cuevas y llegábamos hasta donde podíamos.
—¡Verdad! Deberíamos ir un día de camping y recorrer el lugar.
—Hueón, sí. Conozco un lugar super bonito para ir. Déjame mostrártelo. —Sacó su celular del bolsillo y se quedó pegado por unos segundos. De un rostro entusiasmado pasó a uno preocupado.
—¿Todo bien? —Preferí preguntar.
—Sí-sí. Todo bien. Solamente son esos mensajes de Año Nuevo —guardó el celular—, pero prefiero responderlos después. —No quise preguntarle más allá y tampoco preguntar por el lugar. Algo leyó que lo dejó en blanco.
—Pensaba que podrías llevar a los niños.
—¡No-no! Que se queden con su madre. Además, se pueden perder y no quiero meterme en problemas.
—Quizá nosotros nos metamos en problemas.
—No me sorprendería.
Entre tanta conversa se nos acabó el primer vaso de mojito. Fue a preparar los segundos y al pasar el tiempo, charla y risas, íbamos por tercer vaso de mojito. Cuarto. Quinto. Fue a ver a sus hijos que yacían dormidos sobre la cama. En el sexto vaso ya estábamos demasiado mareados. Trajo maní, papas fritas y otras cosas para comer. Mi celular dejó de sonar, pero el de él seguía recibiendo mensajes cada cierto rato. Seguía bebiendo el trago fuerte y engañoso, pero fresco para una noche calurosa de verano.
—Tu mamá siempre nos retaba por gritar demasiado jugando al Battleship. —Otro sorbo a mi garganta.
—Odiaba ese juego por lo mismo. Nunca pudo quitármelo.
—¿Intentó botarlo?
—Sí. Lo escondía muy bien… —quedó en silencio y tragó saliva— Me acordé de algo.
—¿Qué cosa? —Dejé el vaso en la mesa y saqué maní.
—De cuando jugábamos a la escondida con tu hermano y el vecino de atrás. —Acomodó su postura.
—Siempre nos sacábamos los mejores escondites.
—Era mejor cuando cabíamos los dos dentro de uno. Era más adrenalínico.
Miré el vaso medio vacío y empecé a tener imágenes de todos aquellos momentos que por alguna razón mi cerebro quiso olvidar, pero esta noche no se pudo contener.
—¿Te acuerdas de todo? —Preguntó con un tono de curiosidad.
Si lo escuché, pero no razoné lo que me decía por todo lo que estaba recordando. Acercó su pierna y cuando tocó la mía, logró tener mi atención.
—¿Qué preguntaste?
—Nada, olvídalo. Tonteras que uno piensa.
—Ya, pero dime.
—Solamente quería saber si te acuerdas de todo… —Con sus dedos picoteaba el vaso.
—Claro que sí. —Tuve que beber porque en segundos se me calentó el cuerpo.
—Hasta de…
—Sí. Hasta eso.
—¿Y qué piensas? —No quitaba la mirada de mis ojos.
—Éramos cabros chicos. Estábamos experimentando.
—Dieciocho y diecinueve no me parece que sea tan de cabro chico. Yo la pasaba bien. —Se acomodó el bulto.
—Yo igual, solo que… no sé.
—No sabes, ¿qué? —se acercó apoyándose en sus rodillas—. Acabas de decir que también la pasabas bien.
—Es que…
—¿Cuál es el problema?
—Es que me gustaste por mucho tiempo y no podía hacer nada. Desde que comenzamos a experimentar juntos que no paraba de pensar en ti. La manera en que podía tocarte gratuitamente era muy satisfactoria y eso me ponía feliz. Nunca te lo dije ni tampoco di indicios porque no quería que nos alejáramos. No quería que algo de cabros chicos nos alejara.
—Oye…
—No puedo creer lo que te acabo de decir.
—Tranquilo. No has dicho nada malo —me agarró la cara—, al contrario, hiciste bien en decírmelo.
—¿Por qué?
Hubo un profundo silencio entre los dos y un juego inexplicable de miradas que terminaban en cada labio.
—Porque tú también me gustaste por mucho tiempo y no te lo dije por la misma razón. Verte allá afuera fue un despertar que me dejó en shock. Haberme ido fue un golpe para los dos y me disculpo si no mantuve contacto, pero es que no quería interrumpir tu vida por un sentimiento que creí que solo yo sentía, pero…
No aguanté y lo callé dándole ese beso que siempre quise dar. Sentir sus manos acariciarme el rostro mientras que nuestras lenguas se deslizaban, fue una sensación que creí que solo experimentaría en mis sueños. Más allá de haber llegado solo a masturbarnos de manos cruzadas viendo porno, tenía unas ganas tremendas de besarlo en todo momento. Sus labios carnosos los deseé desde el primer momento en que supe lo que me atraía. Me agarró del cuello y mordió mi labio inferior.
—No sabes lo feliz y caliente que me pone este momento. —Apoyó su nariz con la mía.
—Me siento igual y no sé qué hacer.
—Dejémonos llevar.
Volvió a besarme desesperadamente, como si el mañana se fuese acabar. Su celular recibió una llamada, pero él la ignoró y lo volteó. Me acostó en el sillón sin dejar de besarnos. Lamía mi cuello y me besaba provocándome un escalofrío en todo el lado izquierdo del cuerpo. Levantó mi polera y lamía cada sector de mi abdomen. Me chupó los pezones hasta lograr sacarme un gemido que retuve al instante. Se detenía a mirarme como disfrutaba, se mordía los labios y regresaba a lamerme el abdomen. Me quitó la polera y suavemente descendía su dedo desde mi cuello hasta el cinturón. Le dio un sutil zamarreo con una mordida de labios incluida y se quitó la polera, mostrando el pecho y abdomen velludo. Se acostó encima de mi cuerpo y al sentir su calor me provocó una sensación de seguridad y tranquilidad. Me dio por abrazarlo fuerte y besarlo con mucha pasión. No quería que esa noche terminara, por más reciente que estuviese comenzando. Sus manos me tocaban con muchas ganas y me agarraba el bulto para sentir lo erecto que estaba. Suspiraba cada vez que lo presionaba. Volvió a descender besándome el cuerpo y me desabrochó el cinturón. Metió su mano directo a manosearme el pico húmedo. Conectábamos las miradas y nos reíamos sin decir nada. Solamente nos dejábamos llevar por el reencuentro. Sacó el miembro de mi pantalón y con su lengua empezaba a sentir su sabor. Viscoso salado con un toque dulce que goteaba por mi glande. Sus labios carnosos junto con su lengua hacían un rico juego salival imposible de contener. Noté inmediatamente que no ha sido el primer pico que ha mamado. Exquisito saber que ha seguido experimentando y ahora le tocó conmigo. Pensaba a ratos de que se iba a detener y a arrepentir, pero no quería perderme en esos pensamientos. Así que, no aguanté y lo quité de mi entrepierna, sentándolo en el sillón y bajándole los pantalones. Tocaba con mucha delicadeza sus piernas, acercándome a su miembro directo a olerle el aroma que siempre me dejaba en mi mano después de cada paja que nos dábamos frente al computador. Lo aspiré, recibiendo todo su aroma natural sudado y exquisito sabor que inmediatamente comencé a probar. Echó la cabeza atrás y apoyó sus brazos en el respaldo del sillón. Me tragaba su tronco hasta el final obligándome a ahogarme y terminar babeando sus testículos. Lamía toda su zona pélvica, no quería desaprovechar nada, cada rincón de su cuerpo quise probar. Levantó sus piernas y me dejó lamerle el ano. Lo lamía y lo pulsaba hacia afuera. Otro sabor que deseaba probar en algún momento. Meterle la lengua a ese ano fue tan exquisito como mamarle el pico. Se abría con sus manos para que pudiera disfrutarlo más. Él disfrutaba tanto como yo. Bajó las piernas y me tomó de los brazos para montarme sobre él. Nos besábamos con caricias en nuestras espaldas y cabellos. Él se me acercaba a tocarme la nariz con la suya y se alejaba. Volvía a besarme con pasión y me alejaba. Sujetaba de mi nuca con fuerza y me presionaba con sus labios. Sus besos. Sus latidos. Todo lo que alguna vez sentimos, esa noche había una probabilidad de que estuviese reviviendo.
—Esperé tanto por esto y ahora te tengo así —me decía al oído—. Que rica manera de comenzar el año.
Me tenía atrapado con sus brazos y sus palabras. No quería caer en la tentación de volver a desearlo más que un amigo, pero después de este comienzo ha sido inevitable no pensar en que me gustaría seguir hablando con él. El alcohol me tiene pensando tantas cosas en vez de estar disfrutando. Me acostó en el sillón y con su miembro empezó a jugar por el borde de mi ano.
—Quiero —dije sin que preguntara.
Sonrió de oreja a oreja y fue por un preservativo. Trajo varios sobres y un lubricante. Se lo mamé antes de que se lo colocara y me acomodé para él. Tomé el lubricante cuando su celular comenzó a vibrar al recibir una llamada.
—Deberías contestar.
—Ya habrá tiempo.
—Al menos dejarle un mensaje.
—Mejor eso —tomó el celular, escribió un par de cosas y lo regresó a la mesa.
Volvió a besarme para retomar la calentura que nunca se fue. Sentir su pico endurecerse entre mis piernas me encendía diez veces más de lo que ya estaba.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó.
—Muy seguro. Quiero hacerlo.
—Yo también.
Su celular volvió a vibrar, pero esta vez lo apagó y lo dejó debajo del sillón. Abrió la envoltura del condón cuando inesperadamente tocan la puerta de su casa. Fueron tres golpes tenues.
—Mierda… —dijo.
Volvieron a golpear tres veces.
—Raúl, ¿puedes abrir?
—¿Qué? —Me pregunté.
—Toma, ve a la cocina y quédate ahí.
—Pero ¿quién es?
—Es mejor que no sepas, pero dame unos minutos y te explico.
Sin más que decir, tomé mis cosas y me vestí en la cocina. El olor a limón se sentía muy fresco y eso me ayudó a relajarme y a entender lo que estaba pasando.
—Te dije que no vinieras. —hablaba Raúl.
—Pero si habíamos quedado en que nos veríamos a esta hora. —Se escuchaba la voz de otro chico.
—Sí, pero hubo un cambio de planes. Te lo dije en un mensaje cuando regresé a la casa.
Reconozco esa voz. Odio estar ebrio en estos momentos porque tengo a miles de personas dando vueltas en mi cabeza.
—Pensé que era lo que querías.
—Ya no sé lo que quiero. Me entero de que tienes esposa y ahora vienes con esto.
—¿Te puedo besar?
—No lo hagas más difícil.
—Solo una vez más.
Cuando dijo eso decidí asomarme y creo que fue la peor idea que pude haber hecho. Sinceramente hubiese preferido no ver nada y seguir encerrado, pero no me pude contener. No tengo porqué molestarme si Raúl besa a otro chico, total, era nuestra primera noche. El problema… es que se estaba besando con mi hermano mayor y por lo que escuché, se habían puesto de acuerdo para verse esta noche. Por la mierda, ¿qué está pasando? No puedo dejar de mirar. No quiero dejar de mirar, pero lo tuve que hacer cuando me di cuenta de que mi hermano se percató del movimiento de la puerta.
—¡No, espera!
Raúl gritó entre susurros. Se oían pasos acercarse a la cocina. Mi corazón latía a mil por hora, mucho peor que el conteo de fin de año. No sé qué pasa. No sé qué voy a hacer… ¿Cómo enfrento esto?
La puerta de la cocina se abrió y mi sangre se enfrió.
—¿Andrés?
Continuara…
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