“Busco sumiso con experiencia en BDSM”. Solo eso tenía como descripción en la app de citas donde lo encontré, y fue más que suficiente para que fuera el elegido. Su perfil, aparte de esas seis palabras, carecía de mayor información. Fotos sin rostro, donde predominaba la ropa deportiva con marca visible. Un fetichista de tomo y lomo.
Llevo meses reuniéndome con chicos en zonas de cruising, y me pareció buena idea invitarlo ahí para nuestro primer encuentro. Un sitio al aire libre, donde de seguro nos toparíamos con otros en la misma sintonía: buscando encuentros. El día estaba frío, pésima idea sería sacarme la ropa, pero quizás cambiaba de opinión al conocer a este chico… cuyo nombre aún no sabía.
Con media hora de retraso aparece. Deportivo de pies a cabeza: zapatillas, buzo, chaqueta y un pasamontañas, todo de la misma marca. Casi uniformado. Se lo quita, y al fin veo su rostro. Nada del otro mundo, más bien feo para la expectativa que tenía. Se presenta como Miguel Ángel.
—Prefiero que me llames Niki —dice—, como el dios griego del deporte.
—Diosa —corrijo—, querrás decir.
—A ver… —empieza—. Una vez que comencemos a jugar, solo yo tendré la razón. No podrás corregirme. Si yo digo que es un dios varón, tú te callas y aceptas. Yo mando, yo ordeno. Tú obedeces. Si algo no te parece, solo di “basta” y se termina el juego. A mí me gusta torturar, pero sabiendo que el otro lo está disfrutando. Esto será duro. No muchos aprueban el primer encuentro… ni mucho menos piden una segunda cita conmigo. Espero que tú estés a la altura.
Acepto con la mirada. Él será el amo, y yo su sumiso. Un juego duro, pero con reglas claras. Intrigante, excitante y con ese temor delicioso de no saber cuánto podré aguantar.
—Tranquilo, que para eso vine —le digo.
Acto seguido, me golpea tan fuerte que caigo al suelo. Con su zapatilla pisa mi cara contra el pasto. Lo miro. Su cara de malo me intimida. Me muestra el dedo del medio.
—Quítate la ropa —ordena.
—Pero hace frío —protesto.
—Sin cuestionar.
Procedo a obedecer. Me quito el suéter, los jeans, los zapatos. Al parecer, muy lento para su gusto. Pierde la paciencia. Toma el sweater, la polera y el bóxer, y los raja con sus propias manos, dejándome completamente desnudo en el parque.
Me ordena ponerme en cuatro. Busca una ramilla caída de algún árbol.
—Te haré preguntas de filosofía —dice, con la voz tranquila y sádica—. Cada vez que erres, o que no me guste tu respuesta… ramillaso. Las únicas formas de evitarlo son contestar correctamente o decir “basta”. De lo contrario, yo seguiré jugando, sin importar cuánto te quejes. ¿Entendido?
—Sí —respondo de inmediato.
—Sí, mi señor —me corrige, con brutalidad y me da el primer ramillaso.
Al sexto ramillazo, el chasquido resonó más fuerte. No sé si fue el golpe, mi gemido, o el crujido de la ramilla, pero al levantar la cabeza me di cuenta de que no estábamos solos. Un grupo de hombres comenzaba a aparecer entre los árboles. Algunos caminaban con disimulo. Otros se detuvieron directamente a mirar. Sabían lo que estaba pasando. Zona de cruising. No era la primera vez que veían algo así… pero lo nuestro parecía un espectáculo.
Niki también los nota.
—¿Qué pasa? —me pregunta, sin cambiar el tono ni bajarse del personaje—. Seguro se asustaron con la brutalidad…
Hace una pausa. Me observa en cuatro, jadeando, con la piel marcada, temblando por el frío y por la adrenalina. Entonces, se decide:
—Mejor te follo… para que vean que andamos en la misma sintonía.
Y lo hace.
Me penetra de una, sin avisar, y el dolor se funde con el placer como si el golpe fuera parte del trato. Mi cuerpo se arquea y dejo escapar un gemido que rebota entre los árboles. A lo lejos, varios siguen mirando. Uno incluso se acerca, se agacha junto a nosotros y pregunta:
—¿Puedo seguir yo cuando termines?
Niki se congela. Retira su pene con violencia, me toma del pelo y lo mira directo a los ojos.
—Ni cagando. Este hueón es mío.
El otro retrocede de inmediato, sin responder. Niki me obliga a cambiar de posición. Aún de rodillas, pero ahora frente a él, sumiso, expuesto. Me sostiene de la nuca.
—Te voy a marcar, para que no quede ninguna duda.
Y sin más, comienza a orinarme. Un chorro cálido cae sobre mi cara, pecho y piernas. Cierro los ojos, el frío del aire hace que el calor del pipí me relaje, me estimule, me abrace. Como si fuera un premio, como si por fin hubiese pasado la prueba.

Sutramente existente
Caliente envolvente
El texto me meó
De lo onírico, pa alguno no.